Ya de vuelta en capital luego de unas extendidas vacaciones, ayer Lunes 23, emprendí viaje hacia mi facultad para realizar unos trámites de inscripción para el nuevo año lectivo. Para llegar tomé el subte Línea D en Congreso de Tucumán hasta Catedral y ahí combiné con la E para bajarme en Independencia. Suelo hacer eso y no combinar en 9 de Julio para ahorrarme el malón de gente que intenta realizar la misma conexión que yo.
A la vuelta me dirigí nuevamente al subterráneo para encontrarme con un cartel que anunciaba demoras en la Línea E. Decidiendo soportar las demoras bajé las escaleras mecánicas para tomar dicho subte y rumbear para Caballito. Luego de 10 minutos de espera, a las 19:20 llegó el ruidoso aparato que me fuese a transportar. Cerca de 10 minutos más tarde estaba llegando a la estación Entre Ríos (solamente 2 estaciones de distancia). Allí comienza la anécdota en sí. Al llegar a esta estación la formación no volvió a moverse. Luego de 10 minutos en los que nadie sabía qué pasaba y una buena cantidad de personas esperaba afuera del subte llegó el rumor de que estábamos parados porque había un perro en uno de los vagones que se "negaba" a descender. Eso hacía que el subte no pudiese arrancar. Obviamente comenzó el malestar entre los pasajeros, algunos se reían e ironizaban, otros se enojaban, y algunos otros se prestaban a intentar "persuadir" al canino para hacerlo bajar y permanecer abajo del subte. Llegando al minuto 25 en el que el perro ya había cambiado de vagón para llegar al mío (el anteúltimo), el pichicho decidió ir al siguiente y último vagón del tren. Mientras tanto en los parlantes de la línea se escuchaba que la línea tendría un servicio limitado entre las estaciones Boedo y Plaza de los Virreyes.
El minuto 20 nos encontró con uno de los choferes diciendo que no podían arrancar por temor a que el perro mordiese a algún pasajero. Por lo tanto una mente brillante de entre la multitud sugirió vaciar el último vagón y que el perro viajase solo. Si. Eso mismo. Lo más gracioso es que la propuesta tuvo eco entre la gente ya que se bajaron todos y se redistribuyeron en el resto de los vagones, quedando el perro vagabundo solo en la formación junto con el empleado que abre y cierra las puertas de los vagones. A partir de eso nos dirijimos a la siguiente estación, Pichincha, que estaba vacía. Al ver que el perro no decidía bajarse del subte, seguimos a la siguiente estación de la línea E, Jujuy pero no se abrieron las puertas inmediatamente. El guarda le trató de indicar a la gente que no subiese ya que había un perro en el vagón. Al abrirse las puertas de la formación la gente no hizo caso y subió igualmente. Los pasajeros de mi coche comenzaron a gritarles que no subiesen o de lo contrario no podríamos avanzar. Cuestión que la gente sí subió y volvimos a quedarnos quietos. Vale aclarar que esta vez la suerte estuvo de nuestro lado ya que el perro se bajó del tren y comenzó a correr hacia los otros vagones pero esta vez encontrando las entradas bloqueadas por 2 o 3 pares de piernas que astutamente impedían que el pícaro perro subiese. El guarda al ver ésto cerró las puertas y los pasajeros finalmente nos libramos del problemático canino.
A medida que el subte arrancaba se escuchaban frases como "se bajó para combinar con la H...".
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