Desde hace varios años que cada vez se ven más indigentes por las calles de Buenos Aires. Me acuerdo cuando empecé a trabajar hace 6 años tenía 19 años y trabajaba en el centro, Paraguay y Alem para ser más exacto. Dado el tipo de trabajo que realizaba (Call Center), me tocaba ir algunos días de Lunes a Viernes y después los fines de semana. Ya por ese entonces veía muchos chicos de entre 7 y 12 años pidiendo monedas, corriendo de un lado para otro, aprovechándose del turista o del transeúnte despistado. Se los veía más los días de semana y no tanto los días típicamente no laborales.
Hoy varios años después la realidad es peor. Chicos que aspirando poxirrán, consumiendo paco; derriten sus cerebros con las drogas, no van a la escuela, roban. No tienen familias que los contengan, sino que en muchos casos prefieren que estén todo el día en la calle así no los mantienen ni se preocupan por alimentarlos. En el subte se multiplican los chiquitos sin calzado, con la ropa completamente sucia, ellos hechos una mugre, que te entregan un papelito pidiéndote 10 o 20 centavos.
Al mismo tiempo alrededor de las 9 o 10 pm las Iglesias, las entradas de los Bancos o de las galerías cerradas se vuelven el lugar elegido por los homeless (los "sin hogar") para pasar sus noches envueltos en mantas y recostados sobre colchones de piedra. A veces familias enteras. A veces chicos adolescentes borrachos o drogrados que mejor tenerlos lejos.
Lo más triste es que uno comienza a volverse inmune a toda esta gente. Te acostumbrás a verlos, a que te pidan plata, a que te sigan o te puteen. Leés los diarios, prendés la tele o la radio y escuchás que muchos de estos pibitos sacan una pistola y matan a un kiosquero o a un tipo para sacarle el auto. Los terminás ignorando. Los marginás aún más. Pero es una mezcla de instinto de conservación, de acostumbramiento, de vivir en la vorágine citadina, de ir pensando en los problemas propios... que no son pocos. A veces me les pongo a hablar y son chicos con una lucidez importante, muy avivados, muy de la calle. No se les escapa una. Pero si tenés el tiempo y ellos las ganas de hablar con más profundidad, se les nota el dolor. Se nota que son nenes. Que preferirían mil veces estar jugando a la pelota o a los autitos en vez de ir de vagón en vagón pidiendo plata.
No está bueno. Pero pareciera que no hay freno. Desde fines de la década del '90 hasta hoy que la clase dirigente no le ha puesto frenos a la creciente marginalidad. No importa si pasan Peronistas o Radicales, algunos más de derecha, otros más de izquierda, otros progresistas, la historia es siempre la misma.
¿Cuándo vamos a poder caminar tranquilos por la ciudad o por el conurbano bonaerense sin temor a perder la vida? ¿Hasta cuándo vamos a seguir generando generaciones de humanos sin futuro ni educación y muchos sin siquiera valores básicos necesarios para vivir en una sociedad? ¿Hasta cuándo tendremos que convertir a los marginales de nuestra sociedad en parte del decorado en vez de darles el lugar digno que se merecen? No está bueno volverse insensible...